domingo, 26 de julio de 2009

DeTrenes


En la estación
el tren vuela feroz.
El ojo tiembla.


sábado, 25 de julio de 2009

Narraciones ficticias 11


A LA SOMBRA DEL SILENCIO



Hay quien sube al metro para suspender el tiempo.
Él entra en Iglesias a un vagón cualquiera, aunque probablemente calculado a la distancia conveniente para su salida, aunque probablemente iba caminando por la estación, llegó el metro, se volvió y montó. Como uno cualquiera, el vagón era un mundo, una estampa del mundo.
Se coloca atrás, en uno de los ángulos finales, cerca de la puerta que no se abre, enfrente de la que da paso a los pasajeros. Es moreno, más bien bajo, de no más de uno setenta. Delgado sin extremos, pelo ensortijado. Viste pantalón vaquero, mochila y lleva cascos en los oídos. Mueve el cuerpo como siguiendo la música. No va abstraído, mira.
Los vagones de metro llevan gente abstraída, gente leyendo, hablando, mirando. En la ciudad los espacios más ansiosos de mirada, son los vagones de metro. Gargantas que tragan ojos. La luz del vagón, concede a las distintas razas la misma piel, esa pátina blanquiazul que hace de los rostros, caras veladas. Lo que no se confunden son las edades, a esta hora jóvenes y mayores rellenan la platea, faltan los niños. Él, mueve su cuerpo como siguiendo la música. Pasa Bilbao.
Hay quien sube al metro par convocar el silencio.
Ella entra en Tribunal. Tiene una cara diferente a las otras chicas. Pelo corto, ojos grandes y un tanto levantados hacia arriba. Los lleva pintados oscuros, muy oscuros, que hacen de ellos dos lunas nuevas. De tez más bien blanca. Su altura sin ser alta, no era baja. Abrigo negro que hace resaltar su óvalo no muy definido. Su boca ajustada al tamaño de su cara, eso sí es una boca entremedias. Los labios entreabiertos, la media sonrisa, sus ojos llamando miradas. Hace pensar que ella se sabe una cara diferente, que llama la atención por lo extraña. Es una cara fuera del canon común, lo sabe. Entra en Tribunal resuelta. Hace ya tiempo conoce el consenso de las miradas. Con esa firme resolución va hacia mediado el vagón. Mira. Ella le ha localizado, él la localizó al entrar. El tren marcha, el mundo sigue a lo suyo, hablar, leer, no ver, abstraer, dormir, algunos parece que rezan, pero sólo meditan. El bullicio de las conversaciones entremezcladas hace de túnel entre ambas miradas. Ella le mira y para eso ha de torcer un tanto, el cuello. Se ha agarrado a la barra mirando ligeramente en dirección contraria. El sonríe el esfuerzo de ella, al buscar de soslayo su mirada.
El metro corre y Gran Vía renueva los cuerpos, las caras, el color de la piel que vuelve a ser el blanquiazul uniforme. Renueva lectores, charlatanes, abstraídos y mirones. El metro corre y las estampas del mundo se mantienen, como se mantiene el túnel que enlaza sus miradas los minutos que quedan hasta la siguiente parada, pues ella ha girado su cuerpo, ya de lleno, y , despreciando la cercanía de una puerta, abriéndose paso, suavemente entre las gentes, se dirige en la dirección de él. Le viene mirando. El sonríe francamente a su mirada. Ella se acerca, a la puerta que abre y la deja en Sol. Baja. El sigue sonriendo y mira como sale. Ausentes las miradas, mientras el metro arranca. Ël levanta los ojos, esperando verla mientras el tren se va. La avidez de su mirada y sus labios que se resisten a perder la sonrisa, se abren ampliamente al pasar a su altura. Ella está a punto de arrancar a subir las escaleras que la llevan a la salida. Ella se vuelve en el instante conjunto. Sigue su sonrisa entreabierta. Él que oye en la música la sintonía de sus miradas, gira el cuello, el cuerpo y el alma y dejando que su sonrisa escape a su encuentro, con la mano derecha a la altura de su cintura, le saluda en adiós. Adiós a mirada y sonrisa de su chica extraña. Y ella le devuelve el adiós, como un espejo del alma, con la mano derecha a la altura de su cadera. Desaparece el túnel del silencio.
El mueve el cuerpo, como siguiendo la música. Ha llegado a su estación, Tirso de Molina. El mirón mirado.
Hay quien baja del metro para comenzar un recuerdo.


viernes, 17 de julio de 2009

DiVersos


La Fortuna de lo simbólico



...



Recogida mística del cuerpo ausente.
Sentida proclama de amada voz.



...



Sirena de varada nave. El viento
pone nota
de fiesta en tu canto ingrave.



...



La cosa de la vida con azar, arte y lenguaje. La niña habló.



...



Que la ley de humana gravedad, lleve la huella de un canto.
Sirenas y Sanchos.


sábado, 11 de julio de 2009

Narraciones ficticias 10


ABANICO



La media mañana desprende ese calor de julio en caída libre. Lentamente caminan una niñita de poco más de tres años, la que puede ser su madre y un señor mayor, que tal vez sea el abuelo. Este último, más lentamente, sube las escaleras hacia el tren. Lentamente, con el tiempo encima y el calor también. La pequeña niña cruza las escaleras y el golpe de sol, con la ligereza que puede suponerse a la ignorancia del tiempo y a la levedad que confiere a su vida, la sonrisa permanente y el trastabilleo de sus piernecitas.
Llegados al tren, se sientan. La que seguramente es la madre en un lado y el señor mayor, posiblemente el abuelo, en otro con la niñita en sus piernas.
Ahora, ahí detenida, sin el aire que le dan su cabriolas, la pequeña tiene calor y reclama: mamá, un abanico.
Y la señora, que es pues la madre y lleva un rato con un abanico rojo, da a la niña un angelical abanico blanco. La madre espejo de la niña en el movimiento coqueto de la muñeca, que por algo el abanico es un lenguaje.
La niña que ignora el tiempo y porta su vida leve, detiene su abaniqueo y girando su cara hacia el señor mayor, seguramente el abuelo, que sosteniéndola en su piernas siente el tiempo suspendido, le pregunta: abuelo ¿por qué no tienes abanico?.
El señor mayor, que sí es el abuelo, le dice: los hombres no llevan abanico.
La niña, que ignora el tiempo, sin trastrabarse insiste: ¿Por qué?. Y el abuelo, que vuelve a poner el tiempo en marcha y la historia encima, le responde: porque tu abuela me regañaría.
La ignorancia se desvae y la levedad pierde la sonrisa.
La niña asume en silencio.


DiVersos


Los ojos verdes y la boca carnosa del muchacho
retienen aún las caricias
de la madre.


viernes, 10 de julio de 2009

DiVersos


Rauda y ruda la vida machaca
rauda y ruda la vida asesina.
Rauda y ruda la vida canibal
rauda y ruda la vida termina